La Comunidad de Madrid forma a docentes en el conocimiento del fenómeno para que instruyan a sus alumnos contra el discurso del odio.
«Cuando cuento a los alumnos de los diferentes colegios cómo era mi padre, qué le gustaba y su humanidad, rota por el terrorismo, es como si él cobrara vida. Cada vez que doy mi testimonio siento una inmensa satisfacción, es una forma de sanar. Encuentras en los alumnos un feedback positivo, respetuoso, empático… Es como si, de alguna manera, el sufrimiento de las víctimas del terrorismo se relajara ante la imposible justificación de algo tan tremendo como el asesinato de tu propio padre. Llevamos a los centros el ejemplo de las víctimas como referencia ética y política, y esto es un mensaje muy potente para las nuevas generaciones», cuenta a LA RAZÓN Cristina Cuesta.