Una de las derrotas definitivas de ETA que tiene pendiente nuestra democracia es la de darle la vuelta a la épica de una vez por todas. Porque parece que la épica estuviera aún más del lado de los verdugos que de las víctimas. No se trata sólo de los centenares de actos de exaltación pública que en las calles de las ciudades y pueblos vascos se siguen tributando hoy a los asesinos y sus colaboradores como pretendidos gudaris. Aunque eso ya sería bastante para demostrar lo que estamos diciendo.
Los terroristas continúan disfrutando, y no sólo ante los suyos, de un aura legendaria, infecta y sangrienta para el resto, por su lucha contra nucas y espaldas desprevenidas; mujeres, incluso sin importar si estaban embarazadas; niños en sus cunas o en los coches de sus padres; trabajadores de camino al tajo, incluidos policías, guardias civiles, militares, periodistas, jueces, fiscales o representantes políticos antes, durante o después de cumplir su deber.
La prueba es que a nadie en su sano juicio ni en su justo discernimiento moral se le ocurriría jactarse de su alianza política con quien justificase y compartiese los objetivos de los asesinos del 11-M en Madrid o del 13-N en París, pero, en cambio, sí se hace, y con escalofriante normalidad, con quienes justifican y comparten los fines de una banda criminal que ha asesinado a cerca de novecientas personas y ha dejado casi tres mil heridos.
okdiario.com (01/01/2025)
Ver artículo completo »