Es como si alguien hubiera activado la pausa. Una imagen congelada que no evoluciona, no avanza. En la película de la historia reciente de Irlanda del Norte las escenas que le precedieron fueron mucho más duras. Ahora, desde hace dos décadas y tras un acuerdo que prometía paz, ha cambiado… casi todo. La vida hoy en Belfast discurre con una tensión discreta pero que aún mira de reojo y con cierta dosis de alerta. Los de esta segunda década del siglo XXI a punto de concluir debían haber sido años de paz, de reconciliación, de justicia. Es lo que algunos soñaron, otros prometieron y la mayoría jamás creyó en 1998.
Y no, no lo son. Ninguno de los tres objetivos se ha alcanzado en este tiempo. Cuando en abril de 1998 se firmó el acuerdo de ‘Viernes Santo’ que debía poner fin a treinta años de enfrentamientos, las armas debían haber callado. Pura ilusión. Desde entonces, en el Ulster las muertes violentas, los asesinatos terroristas, han continuado, aunque con mucha menor intensidad. Tampoco los enfrentamientos entre las dos partes han desaparecido. Ni la segregación social entre barrios, entre unionistas y republicanos, ni de los colegios protestantes y católico.