No es una entrevista. Es una conversación. Preguntas e interpelaciones se suceden. La voz de quien ha conocido tantas víctimas del terrorismo y la más legitimada de quien ha visto fallecer a su hermano en una de las más crueles ejecuciones que se le hubieran ocurrido al más abyecto de los criminales de la historia de la humanidad. Es, como se dice, a calzón quitado, procurando sustituir la política por la ética, el olvido por el recuerdo. Quedan apenas dos horas para inaugurar la exposición «La voz de las manos blancas» en la sala exterior del Centro Cultural Manuel Benito Moliner (al entender de este escribano, impropia escena para la profundidad de la causa). La muestra fotografía un espíritu, el de Ermua, si es que es una posibilidad metafísica: retratar un espíritu. Y, sin embargo, lo es. «Quiere hacer llegar lo que hemos vivido, sufrido y padecido. Que sean muchos los jóvenes que se acerquen a visitarla para que les sirva de recuerdo, y para aquellos que lo vivieron pero las circunstancias de la vida les han llevado a pasar página o a medio olvidar lo que hemos padecido en este país a lo largo de 60 años».
EL DIARIO DE HUESCA (13/11/2022)
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